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Ramón Fernández-Larrea y el gran poema radial a La Habana

(Foto: Facebook/Cortesía del autor)

MIAMI, Estados Unidos. – Luces… Sonido… Se alza el telón de la memoria… Así comienza Memoria de La Habana, que se describe como una “rebelión contra el olvido”.

En 2019 se festeja el 500 aniversario de la fundación de San Cristóbal de La Habana y en la ciudad se habla mucho de eso, pero los homenajes son oscurecidos por los nuevos días de crisis. Mientras tanto, en la Cuba de Miami se realiza una de las más efectivos celebraciones de la fecha: un programa de radio que no fue concebido con ese propósito y que, además, se transmite desde hace cuatro años.

De hecho, Memoria de La Habana nació en 2001 al otro lado del Atlántico, junto al Mediterráneo europeo, en Barcelona, gracias a que el poeta Ramón Fernández-Larrea quiso rescatar la ciudad de nuestros antepasados, cuando era una auténtica maravilla según todos los testimonios y no una broma de la fundación suiza New7Wonders.

En un artículo de esa época, Fernández-Larrea, hablando del naciente programa musical, cita a Alejo Carpentier: “La Habana es la ciudad de lo inacabado, de lo cojo, de lo asimétrico, de lo abandonado”. Así que todo comenzó por una nostalgia, pero desde el principio quiso ir mucho más allá.

(Foto: Facebook/Cortesía del autor)

“En la infinitud de la distancia, surgió la sed de conocer qué decían los susurros que vi siempre, de niño, en los labios de mi madre. Bajo qué cielo caminaban mis abuelos, o qué música les hizo tocarse las manos por vez primera”, contaba el poeta y realizador radial: “La curiosidad de saber a dónde iba me obligó, serenamente, a investigar de dónde venía. Entonces comenzó el descubrimiento de una gran ciudad”.

Y ahí está la clave. Lo que se nos propone no es, por tanto, una operación de nostalgia, sino una incursión de descubrimiento, una inmersión a las profundidades de un mundo hundido en las aguas del tiempo. Porque, naturalmente, La Habana es la metáfora de todo un país en cierta época.

Cuando en la capital confluían la música, el arte, la creatividad de toda una nación, y la vibrante urbe incluso se desbordaba alrededor y contaminaba con sus canciones las noches de México y de Estados Unidos, y hasta en la lejana Europa sonaba la banda sonora de la leyenda habanera. A la capital del Golfo acudían a triunfar primero los que luego saldrían a conquistar el mundo.

Ya está en escena la música cubana…

Pero Memoria de La Habana, apoyándose en la música —un reservorio alucinante de viejos números—, nos lleva en cada edición a recorrer un tema, un personaje, un lugar, un suceso de relieve que, por milagroso empalme de la producción y del guion, guarda relación con las piezas sonoras que se nos regala.

Y pasan por nuestros oídos las voces de Beny Moré, Pacho Alonso y Anacaona; de Senén Suárez, las D’Aida, Vicentico Valdés y el Trío Matamoros; de Esther Borja, Los Compadres, Celia Cruz y Ñico Saquito; de Rolando Laserie, Armando Bianchi, Celina Cruz, Rosita Fornés y Barbarito Diez…

Y entre canciones se nos cuenta sobre Liborio, el personaje creado por Ricardo de la Torriente en 1900; sobre el Hospital Calixto García, la institución hospitalaria de mayor importancia histórica en el país, y sobre el béisbol que introdujeron hacia 1860 cubanos que estudiaban en Estados Unidos y marineros americanos que hacían escala en nuestros puertos…

Sobre la Corte Suprema del Arte, mítico programa radial que resultó un semillero de grandes figuras, sobre la legendaria Tremenda Corte que esculpió a sus protagonistas en la historia del humor cubano, sobre la Constitución del 40, sobre ese ‘rey de los campos de Cuba’ que se llamó Manuel García o sobre el primer samurái que desembarcó en La Habana…

Aunque el espíritu que anima el proyecto radial sigue siendo el mismo de Barcelona, en su versión de Miami, como es natural, han cambiado algunas cosas. En primer lugar, ahora la audiencia es otra. Nada menos que el mayor asentamiento de cubanos fuera del país: la Cuba de Miami. Por otro lado, el nuevo equipo resultó, por fortuna, no tan nuevo.

Ramón Fernández-Larrea grabando MLH en Barcelona, año 2001 (Foto: Cortesía del autor)

La voz elegante y otros cómplices

“Tengo acompañándome y protegiéndome la voz elegante de un cómplice de muchas aventuras, Danilo José”, declaró Fernández-Larrea al principio de esta segunda temporada del proyecto, refiriéndose al lamentable fallecimiento del gran locutor. No obstante, quedaron suficientes grabaciones suyas como para no tener que recurrir a otra voz.

Al poeta y humorista —que escribe, produce musicalmente, conduce y dirige Memoria de La Habana— lo acompaña otro viejo colaborador, Jaime Almiral Jr., “el mago de la edición”, quien, lo mismo que Danilo José, formó parte de esa leyenda de la radio cubana que fue El programa de Ramón. Completan el equipo Herick de Haro Pineda (Web Master y Development) y Miguel Grillo, que, demostrando gran olfato, compró el espacio y se atrevió con la producción.

Otros detalles marcan la diferencia. Uno determinante es que este programa no se apoya en el gusto musical del oyente y, sin pretender excluir ni remotamente al público más joven, se basa por completo en una sonoridad que tiene más de medio siglo, porque se trata de un viaje en el tiempo. Toda esa música, confiesa el realizador, “gracias a Dios, la tengo porque la he ido coleccionando”.

La información la consigue en su propio archivo o en internet y “lo único que me hace falta es un micrófono y una computadora para grabar”. Y, claro está, flotando en la atmósfera todo el tiempo, hay un toque de humor.

Esta es la memoria de una ciudad

“Para saber qué somos tenemos que conocer lo que hemos sido”, dice otro eslogan del programa, y aquí insiste Fernández-Larrea con una cita de José Martí: “Cuando se está contento con su pasado, se habla de él. Cuando no se habla de él es porque su recuerdo pesa y avergüenza”.

Este realizador, que no se considera especialista de música tradicional cubana ni musicólogo, sino amante dedicado y musicógrafo, se ve más bien como “un coleccionista de música y de recuerdos” que ha hecho “el programa que yo mismo quería escuchar”.

Pero debemos subrayar que no se trata de un ejercicio de nostalgia ni de un lamento. Puede haber un reproche por la sombra que se abate sobre la que fuera la bella capital azul del Caribe, pero tampoco deviene visión arqueológica del perito que desentierra cadáveres. Memoria de La Habana resulta, sí, una alabanza agradecida, una constancia de la suave tristeza ante lo irrevocable de la historia y una advertencia firme contra la amnesia que nos hace extraviar el rumbo.

Pero, sobre todo, este programa es una interminable canción de amor a La Habana. Evocando la ciudad perdida e irrecuperable, el poeta inventa una Habana que podemos llevar con nosotros a cualquier parte y que ya nunca muere.

Juglar que anduvo las urbes del mundo, Ramón Fernández-Larrea, con este gran poema radial, épico y lírico a la vez, le canta a La Habana perdida en el tiempo y en la geografía que él ha sabido guardar para sí mismo. Y para nosotros.

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