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El bitcoin: ¿oro digital o fraude colosal?

El Bitcoin la criptomoneda más famosa y más utilizada en el mundo fue creada hace solo ocho años, en 2009. Una criptomoneda es un medio digital de intercambio que no está respaldado por ningún activo, su valor intrínseco es cero, se basa en la confianza que millones de personas dan a un sistema descentralizado de creación de dinero.

No hay ningún Banco Central de un gran país detrás de su creación, ni ninguna entidad financiera global, ni ninguna gran empresa. Son miles de “mineros” los que están continuamente creando esta moneda en base a unos códigos que aseguran las transacciones.

Su creación se hace de forma conjunta por un sistema competitivo descentralizado de estos “mineros” digitales. Para que estos nuevos bitcoins, estas nuevas transacciones, sean confirmados es necesario que se incluyan en un bloque con una prueba de trabajo matemático. Dichas pruebas son muy difíciles de calcular ya que la única manera de pasarlas es intentando hacer miles de millones de cálculos por segundo.

Cuando los bloques son validados por el universo de “mineros” entonces el “minero” creador recibe una propina en bitcoins, propina que se ha ido reduciendo con el paso del tiempo. Los “apolojetas” del bitcoin dicen que esto es democratizar la creación de dinero.

Inicialmente, en la “época romántica” del bitcoin, los mineros eran personas individuales que, armados con un cierto conocimiento de electrónica e informática y un potente ordenador generaban esos bloques. Ante el aumento de valor de esta criptomoneda su producción se ha ido industrializando. Actualmente hay “granjas de servidores” trabajando permanentemente para calcular el valor de un nuevo bloque.

Su creciente éxito como instrumento de intercambio plantea dos graves problemas: su insostenibilidad financiera y medioambiental.

Insostenibilidad financiera

Como ha reconocido el propio Joseph Stiglitz la utilización cada vez mayor del bitcoin obedece a que es “una moneda opaca que puede ser utilizada libremente para actividades económicas ilegales y como instrumento de evasión fiscal”.

Por eso Stiglitz dice que lo que deberíamos hacer es “exigir la misma transparencia en las transacciones financieras con bitcoins que la que tenemos con los bancos”. Si así se hiciera, cree el premio Nobel, el mercado del bitcoin ”simplemente colapsaría”.

El Banco de Inglaterra  fue el primer Banco Central del mundo a partir de 1844, cuando el gobierno británico le otorgó el monopolio de la emisión de billetes en el Reino Unido. El objetivo de esta medida era terminar  con las periódicas crisis financieras, aproximadamente una cada diez años, que asolaban al incipiente capitalismo británico debido a las continuas burbujas financieras derivadas de la absoluta libertad de creación de moneda de la que gozaban hasta ese momento los bancos británicos.

Parece que ciento setenta años después hemos aprendido poco de los riesgos de la desregulación de la creación del dinero. Stiglitz llega a la conclusión de que debería prohibirse el bitcoin.

Otro premio Nobel, Paul Krugman, la ha catalogado directamente de estafa. Según este economista, casi nadie entiende su funcionamiento y los que lo usan están atrapados en la mística incomprensible de una nueva tecnología redentora. El bitcoin vendría a ser un sistema de estafa piramidal tipo Ponzi, aunque en este caso de dimensiones planetarias, en el que el sistema da elevados beneficios a los que están en la parte superior de la pirámide, a los primeros que fabricaron o compraron bitcoins, mientras siga habiendo cientos de miles de incautos que continúen cambiando su dinero por esta quimera tecnológica.

En España tuvimos un claro ejemplo de ello con la estafa piramidal de Forum Filatélico y Afinsa, que afectó a miles de pequeños inversores. Esas personas invirtieron en sellos, sin entender por qué se revalorizaban, sin tener la mínima idea de filatelia, del valor real de los sellos que compraban con su dinero. La revaloración de los sellos comprados por este entramado fraudulento fue posible mientras inocentes almas cándidas siguieron invirtiendo su dinero en ellos.

La evolución de la cotización del bitcoin y sus altibajos son impresionantes. En 2009 New Liberty Standard promovió el primer mercado de Bitcoins, fijando su precio en el coste de la electricidad necesaria para crear uno. El primer valor de cambio se estableció en 1.309,03 Bitcoins por un dólar estadounidense.

Ocho años después de su creación su valor, y la variabilidad de este, son asombrosas. En ocho años un bitcon ha pasado de valer menos de una milésima de dólar a cerca de 20.000 dólares. Solo las oscilaciones de su valor en diciembre del año pasado son como una montaña rusa. El 4 de diciembre de 2017 un bitcoin valía 11.476 dólares, el 16 alcanzó un máximo de 19.428 dólares, cayendo posteriormente en picado hasta que el 30 de diciembre su valor tocó suelo en 12.801 dólares. Estos altibajos no han afectado a la economía real porque aun hay pocos agentes económicos relevantes que operen en esta criptomoneda.

El riesgo financiero, y real, es que cada vez haya más incautos, no solo inversores particulares, también empresas y bancos que, atraídos por sus posibilidades especulativas y su opacidad fiscal, inviertan su dinero real en bitcoins lo que podría dar lugar a una nueva burbuja financiera de magnitudes globales. Además, según el programa matemático que diseñó la criptomoneda, solo pueden ser creados 21 billones de Bitcoin, por lo que es muy posible que cuanto menos puedan extraerse (se prevé que el 99% de los Bitcoins sean extraídos en torno a 2032), su revalorización especulativa sea mayor, y la caída posterior también.

Insostenibilidad medioambiental

La proliferación de bitcoins generados por miles de ordenadores también está dando lugar a otro problema de insostenibilidad medioambiental.

Esas “granjas de servidores” que producen grandes cantidades de ese “oro digital” tienen un consumo exponencial de energía eléctrica. De acuerdo con los cálculos realizados por Digiconomist, el consumo anual de energía eléctrica de todos los “mineros” y “granjas” que se dedican a ello supone el 0,13% de la electricidad de todo el planeta, un consumo similar al de los 4,7 millones de irlandeses, o a los 186 millones de personas que viven en Nigeria.

En la actualidad gran parte de la producción eléctrica de China tiene su origen en ineficientes centrales térmicas que siguen usando carbón (el gigante asiático consume alrededor del 50% del carbón del planeta) y, hay que recordar, que este mineral es el responsable del 45% de las emisiones de CO2. Por tanto, China es responsable de más de un 20% de las emisiones de CO2 del sistema energético mundial.

Si tenemos en cuenta que, según algunos análisis, en China se realizan un 23% de las transacciones en Bitcoins, la conclusión de todo ello parece bastante evidente:

El nuevo capitalismo financiero inmaterial que representan los bitcoins, tan solo beneficia a unos pocos, mientras que está basado en unos riesgos financieros que se asemejan demasiado a otras burbujas especulativas que hemos visto explotar en el pasado, y en unas externalidades medioambientales, en términos de cambio climático, que vamos a pagar todos.

Este nuevo “oro digital”, que en realidad no vale nada, no parece nada democrático, más bien parece un fraude colosal.

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Bruno Estrada es economista, adjunto al Secretario General de CC.OO.