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Sigue la crueldad en la frontera

El presidente Donald Trump afirmó en junio que había acabado con la práctica de separar a las familias inmigrantes en la frontera sur del país. “Vamos a dejar juntas a las familias”, dijo en una declaración desde el Despacho Oval.

Señor presidente, le presento a Clemente y a su hija Wendy, quienes huyen de la violencia de las pandillas en Guatemala. Hace seis meses su gobierno los separó.

Estas separaciones familiares, que siguen realizándose, pero menos que antes, son un ejemplo de la verdadera “emergencia” que hay en la frontera, aquella que también incluye el abuso físico y sexual de niños inmigrantes que están bajo custodia del gobierno de Estados Unidos, así como el engaño sistemático por parte de Washington.

La paradoja es que al parecer la cruel política de Trump que tenía el objetivo de desalentar a los inmigrantes desesperados fue contraproducente; aparentemente el furor que causó dicha política atrajo la atención sobre la posibilidad de emigrar. El resultado ha sido un auge de familias centroamericanas que se trasladan a Estados Unidos, por lo que ahora el número de personas que cruza la frontera es mucho mayor que hace un año.

Clemente, de 34 años, es de un pequeño pueblo guatemalteco. No quiere dar su apellido por todo lo que vivido a manos del gobierno de Estados Unidos. No hay manera de verificar partes de su historia, pero personas que trabajan con inmigrantes dicen que es verosímil.

Una pandilla en Guatemala asesinó a su primo; el año pasado apuñalaron al padre de Clemente y le advirtieron: “Ahora te toca”.

Asustado, Clemente huyó con su hija mayor, Wendy, que entonces tenía 15 años, y dejó a su esposa y a sus otros cinco hijos, más pequeños, pues creía que los pandilleros no les harían daño. Temía que secuestraran a su hija mayor, una estudiante excelente a la que le encantan los libros, y ese pensamiento era algo que no podía soportar.

Atravesaron México sin ningún percance grave, vadearon el río Bravo y se entregaron a los oficiales de la Patrulla Fronteriza, solicitando asilo. Eso fue el 20 de agosto, dos meses después de que Trump declaró que había acabado con la política de separar a las familias. Pero los oficiales no se demoraron en separar a Clemente y Wendy.

Clemente fue metido en una “hielera”, unos centros de detención infames que siempre están fríos y existen desde antes de Trump. Clemente, empapado por haber cruzado el río, al poco tiempo ya se estaba congelando, además de tener hambre y estar débil porque le había dado su comida a Wendy. “Como padre, lo último que quieres es que tu hija sufra”, dijo en términos llanos. “Así que le di todo”.

En ese estado tan frágil, le dio neumonía y se desmayó. Pasaron muchas horas antes de que lo llevaran al hospital, inconsciente y muy enfermo. Es común que no haya buenos servicios de atención médica en los centros de detención; dos niños migrantes murieron en diciembre cuando estaban bajo custodia de la Patrulla Fronteriza.

“Me desperté en el hospital y no sabía dónde estaba”, me dijo Clemente. “Fue una pesadilla. Mi primera pregunta fue: ‘¿Dónde está mi hija?’”. Tras su alta del hospital y su salida del centro de detención, de pronto estaba en las calles de Brownsville, Texas, sin saber qué hacer.

“Estaba desesperado y lloraba”, recordó Sergio Cordova, un voluntario en Brownsville que, auspiciado por donaciones, hace una labor heroica con los inmigrantes y quien encontró a Clemente en la estación de autobús. “Le di un abrazo y empezó a decir que no encontraba a su hija, que no sabía dónde estaba”.

Más adelante, Clemente supo que ella estaba en un refugio. Ella podía llamarle por teléfono una vez a la semana, pero no podía volver a estar bajo el cuidado de su padre; su voz se transformó en llanto al describirla como “un ángel de Dios”.

La inmigración es un desafío complicado, pero separar a las familias no es la solución. Quizá lo ideal sería ayudar a mejorar la seguridad en Centroamérica para que la gente como Clemente no tenga que huir. Algunas iniciativas exitosas contra las pandillas han logrado reducir el número de asesinatos, uno de los principales factores que impulsan la migración.

“Si fuera un lugar pacífico, me gustaría volver al lugar donde crecí”, dijo Clemente, quien obtuvo ayuda de Immigrant Families Together para intentar reunirse con su hija. “Me encantaría estar en el país donde nací”.

El Texas Civil Rights Project reveló que al menos 272 adultos fueron separados de un menor de edad miembro de su familia en los seis meses posteriores a que Trump supuestamente detuvo la separación de familias. La persona más joven en ser separada fue una niña de ocho meses que fue alejada de su madre.

Ahora es menos probable que los funcionarios separen a los padres de sus hijos, pero siguen separando a abuelos de nietos, y a hermanos. El día que hablé con Cordova, el voluntario, estaba ayudando a dos hermanos de Honduras que no tenían más parientes: Junior, de 21 años, había criado a Andy, de 7.

Cuando unos pandilleros golpearon de manera brutal a Junior por rehusarse a trabajar para ellos como vendedor de drogas, huyó con Andy a Estados Unidos, y los funcionarios los separaron apenas llegaron, hace seis meses. Así que el pequeño Andy ahora está en un refugio, lejos de la única persona que lo ha querido y protegido.

“Esto es algo que veo todo el tiempo”, me dijo Cordova. “Ellos lloran conmigo y yo lloro con ellos”.

Finalmente, hubo buenas noticias en el caso de Clemente. El miércoles en la noche, las autoridades le entregaron a Wendy. Luego de seis meses alejados, su reencuentro fue emotivo.

“Pensé que nunca la iba a poder recuperar”, dijo Clemente. “Estoy muy agradecido”.

Así que, efectivamente, señor presidente Trump, tiene razón en que hay una emergencia en la frontera. Es una crisis humanitaria de separaciones familiares que usted provocó.