La primera teoría se remonta al siglo XVII. Como en el caso de las otras dos que circulan al respecto, no habrían sido los parisinos sino los forasteros -franceses de provincias de paso por la capital y visitantes extranjeros- quienes, maravillados por la visión del primer alumbrado público del mundo, difundieron la idea de una ciudad siempre iluminada. Pero estas luces no se debían a una opción estética sino a algo más prosaico: al parecer, el prefecto de la Policía de París nombrado por Luis XIV, Gilbert Nicolas de la Reynie, ante la alta tasa de criminalidad callejera, ordenó en 1667 colocar lámparas de aceite y antorchas en puertas y ventanas para disuadir a los malhechores.
Otra explicación, mucho más literaria, atribuye la famosa denominación al fenómeno acaecido en Francia en el siglo XVIII que conocemos como Ilustración. Como es sabido, en el período que va del reinado de Luis XV a la Revolución de 1789 París se convirtió en la capital mundial de la filosofía, el pensamiento político y la cultura merced a figuras del renombre de Voltaire, Diderot, Rousseau, Montesquieu, etc., dando lugar a comparaciones con la Atenas de Pericles o la Italia renacentista. Así, se dio en llamar a dicha centuria el Siglo de las Luces -por contraste con el oscurantismo absolutista anterior- y, según algunos, a París la Ciudad de la Luz por protagonizarla.
La tercera y última versión sitúa la aparición del calificativo algo más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, y le da un sentido literal como la primera, y no metafórico como la segunda. En este caso, se debería a la implantación en todo París, en la década de 1830, del alumbrado de gas (desarrollado entre otros por el ingeniero y químico francés Philippe Lebon). Gracias a esta innovación, la magnífica iluminación de las calles y los pasajes comerciales parisinos habría fascinado a los europeos de la época, y en particular a los ingleses, que no dudaron en bautizar a la urbe como City of Lights. En definitiva, tenga quien tenga la razón, las tres teorías son acertadas.