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Parte la primera misión a los asteroides troyanos de Júpiter

Una nave espacial de la NASA acaba de partir en un viaje hacia una zona del sistema solar exterior que nunca nadie ha visitado con anterioridad: el conjunto de asteroides troyanos que orbitan en las inmediaciones de Júpiter. Dichas rocas son «la última población inexplorada pero relativamente accesible de cuerpos pequeños» que giran alrededor del Sol, explica Vishnu Reddy, planetólogo de la Universidad de Arizona.

La misión Lucy, con un coste de 981 millones de dólares, despegó de Cabo Cañaveral el 16 de octubre y pasará los próximos 12 años realizando «gimnasia gravitacional» para sobrevolar seis de esos asteroides, fotografiarlos y determinar su composición. Los expertos creen que tales rocas contienen valiosa información sobre la formación y evolución del sistema solar. El nombre de la misión refleja dichas esperanzas: Lucy es también el nombre del homínido fósil de 3,2 millones de años de antigüedad que fue hallado en 1974 en Etiopía y que reveló todo tipo de detalles sobre el origen del ser humano.

Los asteroides troyanos son «muy misteriosos, lo que los hace muy divertidos», apunta Audrey Martin, planetóloga de la Universidad del Norte de Arizona e integrante de la misión. Se cree que estos asteroides se formaron en los confines del sistema solar hace unos 4.600 millones de años, cuando la Tierra, Júpiter y otros planetas se crearon a partir del disco de gas y polvo que rodeaba al incipiente Sol. Las interacciones gravitatorias habrían arrojado los troyanos hacia el interior, donde ahora orbitan, pero seguirían siendo ejemplares relativamente inmaculados de los bloques de formación del sistema solar. Como consecuencia, los científicos esperan que su estudio revele cómo son las regiones más primordiales y distantes de nuestro sistema planetario sin tener que enviar una misión hasta allí.

Mundos sin explorar

Desde 1991, cuando la nave espacial Galileo pasó junto al asteroide Gaspra en su camino a Júpiter, varias misiones han explorado el cinturón principal de asteroides, situado entre Marte y Júpiter. Sin embargo, hasta ahora ninguna misión ha visitado los troyanos de Júpiter, los cuales podrían ser muy diferentes de los asteroides del cinturón principal. «Cada vez que vamos nuevas poblaciones aprendemos cosas nuevas», explica Cathy Olkin, planetóloga del Instituto de Investigación del Sudoeste de EE.UU., en Colorado, e investigadora principal adjunta de la misión Lucy.

En las inmediaciones de Júpiter orbitan más de 7000 asteroides troyanos repartidos en dos grandes enjambres: uno que adelanta al gigante gaseoso y otro que va a la zaga a medida que este orbita alrededor del Sol. Otros planetas, como Marte y Neptuno, tienen también sus propios troyanos que siguen de cerca sus respectivas órbitas, y la Tierra tiene al menos dos. Los de Júpiter, sin embargo, son con diferencia los más conocidos.

Según uno de los principales modelos de formación planetaria, en los albores del sistema solar los planetas se hallaban mucho más cerca del Sol que hoy. Más tarde, las interacciones gravitatorias hicieron que muchos de ellos migraran. Saturno, Urano y Neptuno se alejaron de la estrella, mientras que Júpiter se movió ligeramente hacia el interior.

En este caos, los cuerpos helados de los confines del sistema solar (el cinturón de Kuiper, donde hoy orbitan Plutón y otros cuerpos menores) fueron arrojados hacia dentro. Júpiter los capturó y, desde entonces, habrían permanecido en sus inmediaciones, esencialmente inalterados durante miles de millones de años. Eso los convierte en una parte esencial para entender el origen y la evolución del sistema solar, señala Lori Glaze, directora de la división de ciencias planetarias de la NASA.

Reescribir los libros de texto

Quizá debido a su origen turbulento, los asteroides troyanos (así llamados porque tradicionalmente han sido bautizados con nombres de los personajes mitológicos de la guerra de Troya) tienen una amplia variedad de colores, formas y tamaños. Lucy visitará seis de ellos e intentará determinar por qué son tan diversos.

Los objetivos de la nave incluyen Euríbates, una roca de 64 kilómetros de largo que se cree que es un resto de una colisión, y su pequeña luna Queta, descubierta el año pasado con el telescopio espacial Hubble. Otros son Leuco, de 20 kilómetros de largo y con forma de balón de fútbol americano, ​​y la pareja conocida como Patroclo y Menecio, que orbitan uno alrededor del otro y que presentan un tamaño de unos 100 kilómetros. Tales asteroides binarios son comunes en el cinturón de Kuiper, pero, hasta donde saben los científicos, no entre los troyanos.

Lucy no alcanzará su primera meta, Euríbates, hasta 2027, y la visita final de Patroclo y Menecio no tendrá lugar hasta 2033. «Está claro que hay que tener paciencia cuando se intenta explorar el sistema solar exterior», apunta Olkin.

Impulsada por dos paneles solares de 7,3 metros de ancho, Lucy pasará zumbando por cada asteroide a una velocidad de entre 6 y 9 kilómetros por segundo. Al hacerlo, tomará datos sobre el color, la rotación y la masa del objeto. Sea lo que sea lo que encuentre la misión, es casi seguro que acabará reescribiendo los capítulos de los libros de texto dedicados a los asteroides troyanos, asegura Reddy. «Es posible que tengamos que terminar tirando por la ventana todos nuestros modelos de formación», concluye el experto.

Alexandra Witze

Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Nature Resarch Group.