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Editorial: Italia gira a la extrema derecha

Meloni en Nápoles durante la campaña que la puso en camino a ocupar el cargo de primera ministra de Italia.

Tras 19 meses del impecable liderazgo europeísta de Mario Draghi como primer ministro italiano, en pocas semanas el cargo será asumido por Giorgia Meloni, representante de una extrema derecha con raíces neofascistas. Se abrirá entonces un período plagado de retos e incertidumbre para Italia y Europa; también, para la coalición que se impuso en las elecciones del pasado domingo y abrió el camino a este cambio profundo, pero no inesperado.

Los partidos Hermanos de Italia, liderado por Meloni; La Liga, por Matteo Salvini; y Fuerza Italia, por Silvio Berlusconi —todos derechistas pero con orientaciones no siempre coincidentes— obtuvieron en conjunto el 44% de los votos; sin embargo, por las particularidades del sistema electoral italiano y la incapacidad de las agrupaciones de centro e izquierda para formar alianzas, tendrán sólida mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado. Esto les garantiza formar gobierno, algo que ocurrirá con posterioridad al 13 de este mes, cuanto la Corte Constitucional valide el resultado. Y, como el partido de Meloni obtuvo el 26% de la votación nacional y duplicará en escaños a sus aliados, ella será la primera ministra.

Sus raíces neofascistas son fuente de enorme y justificada inquietud en Italia y Europa. Su retórica incendiaria, que ha moderado considerablemente en los últimos días, es socialmente muy conservadora; económicamente, populista, estatista y nacionalista; y culturalmente opuesta a lo que considere amenazante para los valores cristianos. Esto último es uno de los factores que alimenta su profunda hostilidad hacia los migrantes, sobre todo, musulmanes.

En casi la totalidad de esos pilares, los tres partidos de la alianza tienen grandes coincidencias, lo cual hace suponer que intentarán impulsar vigorosamente tal agenda. Sin embargo, también tendrán grandes amortiguadores. Italia depende de la Unión Europea para hacer frente a su enorme deuda pública (el 150% del producto interno bruto) y salir de su estancamiento; además, ya están en marcha algunas reformas impulsadas por Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, para que el país reciba generosos fondos de ayuda poscovid, y Meloni los apoya. Esto limitará mucho las posibilidades de insensateces económicas y, de hecho, es muy posible que el Ministerio de Finanzas sea encabezado por una figura técnicamente sólida y políticamente responsable.

En materia social, cultural y migratoria, la mayoría de los de derecha no llegan a los dos tercios necesarios para modificar garantías constitucionales, ni gozan de apoyo popular suficiente para involucionar en una serie de libertades individuales extendidas legalmente a lo largo de los años. Tampoco lo tienen para coquetear con una eventual salida de la zona euro, que Meloni en el pasado planteó, pero que rechaza el 71% de los italianos.

Aun así, es de esperarse que las relaciones con la Unión Europea (UE) entren en un ámbito de fricciones y eventual conflictividad alrededor de temas específicos; sin embargo, difícilmente desembocarán en rupturas. Además, genera cierta tranquilidad la gran diferencia de Meloni con Salvini y Berlusconi en relación con Rusia, la respuesta de la UE por su invasión a Ucrania y el claro apoyo del gobierno de Draghi al de Volodímir Zelenski. Al contrario de sus dos aliados, la próxima primera ministra y su partido desconfían de Rusia, se oponen a Putin, han condenado la invasión y apoyan la ayuda militar a los ucranianos.

Los factores anteriores limitarán el grado de impacto negativo, nacional y regional que pueda tener el nuevo gobierno. También podrá atemperarlo que, a diferencias programáticas entre los tres partidos de la coalición, se suman conflictos por cuotas de poder y distribución de ministerios en el próximo gobierno. Ya afloraron y no puede descartarse que se acentúen, lo cual es posible que limite su capacidad de acción y, eventualmente, de permanencia.

De cualquier modo, que una extrema derecha con raíces neofascistas encabece el gobierno de un país europeo clave como Italia, es fuente de enorme inquietud. No lo decimos solo por lo que podrá impactar en sus decisiones, sino también porque su ascenso revela el enorme descontento ciudadano con los otros actores políticos italianos y porque se suma a los avances de otros partidos populistas o de extrema derecha en países como Hungría, Polonia, Suecia y Francia. Estas señales deben tomarse muy en serio.