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Emigración

Creo que, por primera vez en nuestra historia reciente, nuestro país exporta talento a muchas partes del mundo. No hablo de casos aislados —siempre hubo gente nuestra en tierras lejanas—, sino de la emigración sostenida de personas en edad laboral con la intención de desarrollar su proyecto de vida en el extranjero, hacer nido allá y sin la idea de antes, de volver a Costa Rica luego de pocos años fuera.

Debe haber fácilmente varios miles de músicos, científicos, diseñadores gráficos, cineastas, ingenieros, médicos, cientistas sociales, en fin, personas altamente calificadas, viviendo y trabajando fuera del país y, pongamos un horizonte un poco más amplio, allende de Centroamérica. Una buena parte de ellos está en Norteamérica y Europa. A ello hay que sumar algunas decenas de miles con un perfil menos calificado que, en especial a partir de finales del siglo pasado, se movieron a Estados Unidos desde Pérez Zeledón y Los Santos.

Esta emigración es, en parte, un resultado inevitable de un mundo cada vez más interconectado, económica, cultural y tecnológicamente. Para muchas personas, Budapest o Sídney, en Australia, no están lejos, pues el internet ha borrado las distancias y el misterio de la lejanía. Para ellos, pulsear una oportunidad de alto vuelo en Abu Dabi no es como ir a la luna, la manera como veíamos un traslado así décadas atrás.

Hay otra cara de la moneda; sin embargo, menos optimista. Muchos se van porque no ven futuro en un país que, como el nuestro, crea pocas oportunidades laborales decentes. Hablo especialmente de jóvenes: ¿qué futuro tienen aquí un músico, un cineasta o un biólogo, en una sociedad que les dice, por activa y por pasiva, que son prescindibles? ¿Qué hace aquí un chico o una chica con secundaria completa o incompleta?

La emigración per se no es mala. Mis hermanos y yo somos hijos de una madre migrante, con varias generaciones de migrantes atrás. El tema es otro: que no empecemos a expulsar gente contra su voluntad, como lo hacen otros países de Latinoamérica, y que carezcamos de políticas para aprovechar la diáspora como un apoyo para nuestro desarrollo humano. Termino con una reflexión: una buena parte de la generación joven de nuestras élites económicas y políticas se formaron o viven fuera. Me pregunto acerca de la imagen de país que tendrán, si casi no conocen la sociedad en que nacieron: ¿qué clase de líderes serán?

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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.