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Renqueante apoyo a la democracia

El otro día, en medio de una conversación entre latinoamericanos acerca del renqueante apoyo ciudadano a la democracia en la región, un amigo hizo una aguda observación: “Ustedes andan preocupados por lo que las personas de a pie piensan sobre la democracia, si andan resfriadas con ella y abrazan liderazgos autoritarios. Está bien, hay muchos estudios sobre el tema, pero ¿quién conoce lo que están pensando las clases empresariales y políticas?”. Y remató afirmando que, en su opinión, el riesgo principal es que estas élites no estén realmente comprometidas con el juego democrático. Que podrían dar la bienvenida a un autoritario si sus cuotas de poder o intereses se respetan.

Me puso a pensar sobre el caso costarricense. En efecto, no hay estudios, solo experiencias anecdóticas. Con alguna frecuencia, me ha tocado oír, en reuniones en las que hay personas con algún grado de influencia o recursos, que “necesitamos un Bukele” para resolver los problemas del país.

¿Un Bukele? Sí, me contestan, alguien que resuelva la inseguridad y la corrupción y que quite del camino a la “gente que estorba”: el poder judicial, las contralorías y los medios de comunicación. Pero, digo yo, el tipo es un dictador. ¿Y qué? “La democracia no sirve para arreglar problemas”.

Cuando a esas mismas personas se les increpa públicamente, farfullan clichés a favor de la democracia y la libertad. Lo hacen sin convicción, por cierto, pues prefieren reservarse, al menos por ahora. Eso sí, reclaman para sí la libertad de decir y hacer, pero no mueven un dedo si se la quitan a los demás.

Piden que sus derechos e intereses se protejan, pero les tiene sin cuidado esa protección como derecho general de toda la población. Están dispuestos a poner mente, trabajo o plata a favor de un candidato mesiánico, por debajito al principio, pero si el hombre pega, sin duda harán público ese apoyo.

En síntesis, es de la mayor importancia conocer la magnitud y contornos del fariseísmo político con la democracia entre grupos influyentes, tanto aquí como en otros países latinoamericanos. Especialmente en el caso nuestro, en un momento en que las elecciones del 2026 empiezan a asomar en el horizonte; al gobierno, debilitado, le empieza a quedar poco tiempo efectivo, hay un constante conflicto entre poderes y tenemos un sistema de partidos completamente desvencijado. ¿En qué andarán los poderosos?

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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.