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Botones de pánico

Colectivos activistas marcharon del Zócalo capitalino a las instalaciones de la PGR, para protestar y exigir justicia por el feminicidio de Mara Castill. (Cuartoscuro)

Una joven fue asesinada por alguien a quien contrató como chofer. Ese individuo estaba abonado a una plataforma digital que gana por intermediar entre conductor y cliente. Estamos hablando, ya lo saben, del lamentable caso de Mara Castilla, ocurrido en Puebla en septiembre.

Ante la indignación ciudadana que generó ese feminicidio, semanas después la empresa Cabify anunció que añadirán a su App la opción de ‘Botón de pánico’.

Qué idea más tranquilizadora. Pongamos botones de pánico para que potenciales víctimas emitan señales que alerten de la inminencia de un ataque…

Supongamos que la App de botón de pánico funciona. Eso querría decir que de inmediato, así, de in-me-dia-to, tras activar el botón de pánico un sistema se echa a andar en ‘algún lado’; que la señal de alerta es recibida por alguien que inicia una serie de operaciones: se llama a la Policía, ésta responde, de in-me-dia-to, no sólo con un ‘enterado’, y que comienza la implementación de un protocolo que tendría, uno quiere suponer, como primordial objetivo el dar con el paradero, antes de que sea demasiado tarde, de quien hizo clic en el botón de pánico.

¿Cuál es la probabilidad de que el botón de pánico, más allá de la App, funcione en tiempo real, es decir, funcione para evitar una agresión? La respuesta no está en la tecnología, no está en el ciberespacio, está en el gobierno (úsese en genérico: gobierno municipal, estatal, federal), está en la sociedad.

El lunes Alejandro Hope hizo en su columna de El Universal un interesante ejercicio. Contrastó la respuesta social ante las muertes provocadas por los temblores y las muertes violentas que cada día, cada semana, cada mes, se registran en México. Menos de 500 personas murieron en los sismos de septiembre en una tragedia que movilizó a miles en todo el país, ya sea en labores de rescate o de envío de ayuda. Esos muertos dolieron a la sociedad. En paralelo, nos recuerda Hope, ese mes fallecieron cinco veces más mexicanos en hechos violentos, para ellos hubo nula, o invisible, o imperceptible, solidaridad.

Hope aventuró tres explicaciones para tan disímbola respuesta social: los homicidios de nuestra guerra casi siempre son eventos individuales y de escasa visibilidad, las víctimas casi en su totalidad son de estratos sociales marginales (sólo 6.0 por ciento de nivel profesionista) y sobre ellos cae la sospecha de que andaban en algo malo y se merecían la muerte que tuvieron. (https://goo.gl/2T1NjN)

Explicarnos por qué somos capaces de solidaridad e indiferencia, acepta otras hipótesis. Entre las menos originales está el aturdimiento luego de diez años de guerra, una renuncia colectiva al no ver salida al ciclo violento.

Pero acaso haya un punto en común, si bien medio retorcido, entre la ayuda humanitaria en el temblor y la aparente indolencia ante los homicidios: en las horas posteriores al terremoto del 19 de septiembre la sociedad supo que o reaccionaba o el gobierno (otra vez úsese en genérico) lo haría –en el mejor de los casos– tarde y mal. Y a pesar del riesgo de derrumbes, la gente se lanzó en masa a ayudar a quienes quedaron atrapados.

Cuando matan a una Mara, cuando asesinan a un profesor de la UNAM en un absurdo asalto en una cafetería en la Narvarte (hace diez días), la gente reclama un botón de pánico o vigilancia privada en los establecimientos comerciales. Nadie le pide al gobierno que funcione, porque nadie espera del gobierno una respuesta que no sea mala y tardía.

Así que las respuestas ante las muertes del sismo o las violentas pudieran no ser tan distintas, e igualmente precarias.

Twitter: @SalCamarena

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