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‘En el kínder nos enseñaban a jugar a los novios y besarnos’: denuncian abusos sexuales en Tepoztlán

A los 10 años, María habló por primera vez con su madre del “juego de los novios” que conoció años atrás en el kínder Tlatelli, de Tepoztlán, donde tuvo que besarse con varios niños. Primero de “piquito”, luego ya con la boca abierta. “Ya sabes, mamá, las escuelas están para aprender y ahí nos enseñaban qué es lo que hacen los novios”.

Así comenzó un torrente de recuerdos que acabó con una denuncia en la fiscalía de Morelos. Allí contó que la directora la había encerrado en un baño con otro pequeño, donde le hizo tocarle los genitales, “como si fuera un vaso, hacia arriba y hacia abajo”, mientras les sacaba fotos.

Ese día de 2016, cambió la vida Gabriela, madre de María, quien desde entonces lucha para tratar de cerrar el kínder Tlatelli, que aún sigue funcionando.

De acuerdo con documentos a los que tuvo acceso mexico.com, ocho familias han denunciado a la directora del kínder privado y a una de sus maestras, entre noviembre y diciembre de 2018, por corrupción de menores, abuso sexual, omisión de cuidados y amenazas ante la Fiscalía General del Estado de Morelos.

La Asociación Civil Casa Mandarina, fundada en el año 2000 y con varios reconocimientos por su trabajo en materia de derechos de la infancia y mujeres, ayuda a las familias en los procesos legales y cuenta con un expediente que nos permitió consultar.

Esta asociación tiene conocimiento de 29 casos —aunque no todos han sido denunciados penalmente— en los que existe un patrón claro: el juego de los novios, nalgadas y ahorcamientos a los niños con el pulgar en la laringe. Todo acompañado de amenazas en caso de contar los abusos a sus padres.

mexico.com habló con ocho madres y dos profesoras que pasaron por Tlatelli, varias maestras de otros kinders y escuelas del pueblo, dos psicólogas especializadas en abuso infantil y leímos las denuncias por “abusos físicos, psicológicos, sexuales y corrupción de menores” contra las dos mujeres realizadas en 2015, 2017, 2018 y 2019 ante el Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos (IEBEM).

Los nombres de las madres y los niños de este reportaje son seudónimos. El motivo no es que tengan miedo a ser identificadas. Pueblo chico, infierno grande. Todo se sabe en Tepoztlán, una localidad de 40 mil habitantes, y de hecho algunas de las familias aseguran haber recibido amenazas y represalias de otros vecinos por este caso. De lo que tienen miedo las madres es que, en un futuro, alguien pregunte a Google por el nombre de sus pequeños y salgan noticias relacionadas con el abuso físico o sexual.

Con un total de ocho denuncias ante la Fiscalía local en 2018 y al menos otras cuatro quejas formales ante el IEBEM —que depende de la SEP— de hace al menos cuatro años, la duda lógica es cómo es que ese kínder sigue abierto.

Fuente: México.com

La tarde cae roja en Tepoztlán. Es noviembre y a una casa grande, con jardín compartido, van entrando poco a poco madres. Se oye una risa, algún saludo alegre, pero entre esta veintena de mujeres la preocupación es norma. ¿Qué cara tendrías tú si en lugar de reunirte para pasar un buen rato con las amigas, lo hicieras porque todas sospechan que sus hijos sufrieron abusos sexuales y físicos en el mismo kínder?

Estas mujeres son argentinas, colombianas, venezolanas, francesas, mexicanas, algunas nacidas en Tepoztlán. Su vínculo es que sus hijos e hijas fueron alumnos del kínder Tlatelli, en el barrio de Santo Domingo, y todos les han contado historias muy similares. Cuentos de terror sobre un “círculo de los novios”, castigos físicos, fotos de besos entre niños… conductas que, advierten psicólogos especializados, constituyen abusos sexuales y físicos por parte de las adultas que eran sus maestras.

En el jardín, Gabriela, la madre que quiere cerrar Tlatelli para que ningún niño vuelva a sufrir lo mismo que su hija María, se sienta en una silla de metal oscuro. La chica, hoy una preadolescente de 13 años de aspecto tímido, se acerca y le besa la mejilla. Gabriela sonríe. “¿No es un amor?”, comenta. Y pide a la mujer que hoy ha prestado su casa para la reunión que aleje a María. No quiere que escuche.

Como se dice en el pueblo, la de Gabriela es una familia ‘tepoztiza’. Se mudaron después de que el padre de María fuera víctima de un secuestro exprés en CDMX. Recién llegados, a la hora de escoger un kínder para su primera hija, acabaron en Tlatelli por una recomendación. María fue alumna de los dos años hasta casi los seis.

“Era una escuela muy sencilla. Un solo salón, dos maestras (una de ellas la misma directora) y una asistente. Recuerdo que la primera vez que entré, todo me pareció muy callado, demasiado para los niños de esa edad”, nos cuenta Gabriela.

María comenzó a cambiar. A los pocos meses de entrar en el kínder llegaron las pesadillas. “Gritaba que parecía que la despellejaban, cada noche le pasaba tres o cuatro veces. Volvió a hacerse pipí en la cama. Cuando fui a hablar con la directora sobre qué podía estar provocando esto, me dijo que eran celos de mi segunda hija”. En ese momento pensó que la explicación tenía sentido.

El siguiente gran cambio fueron los berrinches. Pasó de ser una niña tranquila a tener unos enfados de terror. Una escena de ejemplo: María, de cuatro años, no quiere acabarse la comida y Gabriela la obliga. Entonces la niña, en lugar de agachar la cabeza o hace un puchero, agarra el tenedor y amenaza a su madre. “Ojalá estuvieras muerta para reírme en tu tumba”.

Esto tuvo que sufrir Gabriela varias veces, con tijeras y otros objetos afilados; seguido cada enojo, hubo tremendos ataques de culpa. “Soy una niña mala, soy de lo peor”, mientras apuntaba el tenedor o las tijeras a su propio cuello.

La niña, cuenta su madre, no quería ir a Tlatelli. Pero no como a los alumnos que les da pereza ir a la escuela y se inventan una tos. María llegó a bajarse del carro en marcha, subirse a un árbol y tirarle los zapatos a su madre. Pero toda esta resistencia desaparecía en cuanto veía las puertas del kínder. Entraba tensa, recta, rígida, sin hablar. Solo cuando abandonó el kínder para ir a la primaria dejó de mojar la cama. “No sé», lamenta Gabriela, «cómo no vi las señales”.

Fuente: México.com

Demostrar casos de abuso sexual y físico a niños implica una gran dificultad. Lo habitual es que los hechos ocurran en la penumbra y lo oculto, entre un menor que no comprende qué está ocurriendo y un adulto que no quiere que se sepa. Además, no suelen dejar una huella física evidente. Encontrar esas señales escondidas es una pericia que tiene la doctora Denise Meade, especialista en violencia familiar y en abuso sexual infantil, además de psicóloga forense.

“Hay una serie de indicadores inespecíficos, como son las pesadillas, enuresis (orinarse en la cama), encopresis (defecar en la cama durante la noche), que tengan miedo, que cambien de conducta rápidamente, que de repente pasen de tranquilos a berrinchudos”, enumera la doctora, prácticamente describiendo, punto por punto, la transmutación de María.

Pero la doctora, desde sus años como perito judicial, destaca una prueba por encima del resto: el testimonio de las víctimas. “Si un niño llega y cuenta algo que se supone no debería estar en su contexto, quiere decir que algo está pasando. El 93% de los niños dice la verdad”, explica, citando el estudio Guía de buena práctica psicológica en el tratamiento judicial de los niños abusados sexualmente. El lenguaje corporal es otra clave. Que coincida con lo que cuenta el niño, que se estremezca al buscar en su memoria y verbalizar ese lugar oscuro de su pasado.

El testimonio de María, la gran prueba de su tormentoso paso por Tlatelli, llegó cuando tenía 10 años. Delante de la televisión, con su madre, viendo una película de superhéroes. Al final de la cinta, dos de los protagonistas se besan. “Un piquito”, describe Gabriela. María miró la pantalla enfurecida. “Mamá, no son novios, ¡no se pueden besar! ¡¿Por qué se están besando?!”, gritó.

Ese beso fue el gatillo para sus recuerdos. Esa misma noche, en la cama, mientras Gabriela la arropaba. “Mamá, ¿te acuerdas que en Tlatelli tenía novios?”, dijo María. Gabriela recordó entonces las múltiples veces que su hija había vuelto del kínder contando que tenía novio. “Sí claro, tus amigos”, contestó la madre, pero la respuesta que recibió entonces le heló la sangre.

“No mamá, novios. Era una regla de la escuela tener novio. En Tlatelli nos enseñaban qué es lo que hacen los novios y cómo lo hacen y para eso teníamos que tener novio. Porque la directora nos dijo que los besos y cuando te tocan, es de novios”. María rompió a llorar y no paró hasta dormirse entre los brazos de su madre.

Poco a poco fueron llegando nuevos recuerdos. Contó cómo en Tlatelli ponían a la clase en un círculo y, con María en el medio, la directora preguntaba a los niños a quién le gustaba. Entre los varones que levantaban la mano, la directora asignaba uno. Cuando el niño decía que ya no le gustaba la niña, se repetía la operación. Primero se agarraban de la mano. Luego un beso de piquito. Después un beso de quedarse pegados y abrir la boca.

Dibujo realizado por 'María', cuya madre denunció abuso sexual en el kínder Tlatelli.

Dibujo realizado por ‘María’, cuya madre denunció abuso sexual en el kínder Tlatelli.Fuente: México.com

Las revelaciones de María asustaban a su madre casi a diario. “La directora me daba de nalgadas si no hacía las letras derechitas y del mismo tamaño”, “Francisco se puso a llorar porque no quería besarme y la directora le pegó, lo agarró del cuello y lo encerró en el baño, fue cuando me dijo que mi nuevo novio sería Pablo”, “Rubén me empujó sin querer y la directora lo agarró de los brazos por atrás y me dijo que lo golpeara”.

Preocupada, Gabriela le preguntó por qué nunca le había dicho nada. María contestó que la directora la había amenazado. En caso de que contara algo a sus padres “iría a su casa con un arma para matarlos”. Los recuerdos no volvieron solos. Los acompañaron, otra vez, los ataques de ansiedad, esta vez combinados con los de pánico. María acudió a una terapeuta. Según su diagnóstico, la niña había encapsulado el miedo y la ansiedad, y sus enojos y berrinches eran explosiones en las que estas sensaciones encontraban una brecha de fuga.

Gabriela comenzó un periplo legal que la acabó llevando por casi una decena de instituciones, entre ellas la Fiscalía de Morelos. Allí llegó el horror final. “María declaró que los metían en el baño y le hacían tocar los genitales como si fuera un vaso, que tenía que hacer para arriba y para abajo, mientras la directora les sacaba fotos. De eso nunca ha querido volver a hablar”, dice ahora su madre con mirada triste.

“Los niños quedan atrapados psicológicamente por su agresor y no pueden pedir ayuda. Normalmente, el abusador amenaza al niño con que no debe contar el secreto. Esto forma parte del abuso. Cuando les piden a los niños que hagan el juego de los novios y les dicen que se toquen y se besen, eso es abuso sexual contra el respeto de los niños”, argumenta la doctora Meade.

Para tratar de saber cómo están actuando las autoridades, buscamos a la Fiscalía de Morelos. Gabriela asegura haber acudido a diferentes dependencias de este organismo en 2016 y 2017, pero Jonathan Valladares, encargado de la Fiscalía Regional Metropolitana, dice que conoció del caso en 2018.

“Nosotros tenemos cinco carpetas de investigación abiertas y ya hemos interrogado a dos de los menores. Necesitamos que nos digan tiempo, modo y lugar. Pero, hasta ahora, no nos han contado nada que podamos llevar a un juez. Los menores vienen, se presentan, entran en crisis y no nos dicen nada”, explica.

De acuerdo con Gabriela, su hija María ha declarado en la fiscalía que la encerraban en el baño y le hacían tocar los genitales a otro niño.

En septiembre de 2018, cuando comenzaron una serie de denuncias en redes sociales contra Tlatelli, se celebró la reunión mensual que mantiene el Instituto de la Educación Básica del Estado de Morelos (IEBEM) y los diferentes directores o sus representantes de las primarias en Tepoztlán. Según varias personas presentes, Moisés Ulloa López, supervisor de zona del IEBEM, pidió que no se abordara el tema de los abusos y dijo no tener una postura al respecto y que no era competencia del IEBEM.

Una de las directoras pidió ser leal a la titular del Tlatelli. Algunos de los asistentes se quedaron con la boca abierta y se negaron a cumplir con semejante petición, pero otros sí aceptaron. Contactado por mexico.com, Ulloa niega estas acusaciones.

Desde el IEBEM, su director, Eliacin Salgado, aclara que lleva en el cargo desde octubre del año pasado y dice no saber los motivos por los que las quejas presentadas en 2015 y 2017 nunca fueron transmitidas a la Fiscalía de Morelos.

“Hasta que haya una sentencia, el centro puede seguir funcionando. Si se comprueban los casos y hubiera un delito de corrupción de menores, nosotros podríamos hacer desde una remoción, que es un cambio de adscripción, hasta un cese y cierre del centro, según los informes que nos dé la fiscalía”, asegura.

Tratamos de entrevistar a la directora y la profesora acusadas, pero no quisieron dar su versión ni autorizaron a su abogado a hablar por ellas, salvo para decir que esperan el fallo de los jueces.

Con quien sí logramos hablar fue con uno de los padres cuyo hijo sigue en el centro. “En la escuela hay 27 alumnos y ninguno hemos sacado a nuestros niños, todos apoyamos a la directora. Lo que suponemos es que el niño puede ser que se sienta presionado por el propio abusador, que puede ser de su círculo primario, para denunciar estas cosas en la escuela. Deberían investigar a los abuelos, la madre, el padre…”, afirma.

Fuente: México.com

La historia de María, de sus miedos a la escuela, el juego de los novios, los golpes y aventones, tiene espejos. Otras niñas y niños han contado historias tremendamente similares a sus padres. Una de ellas es Alexa, hija de Emilia. Inscrita en Tlatelli en 2016 y 2017, la niña odiaba ir a la escuela. Cuando volvía de clase comentaba que sus novios eran un par de compañeros. Como Gabriela, Emilia lo atribuyó a cosas de niños, que simplemente no sabía lo que decía.

Pero Tepoztlán es un pueblo pequeño y todo llega a oídos de todos. Y cuando Emilia conoció las historias de terror que circulaban alrededor de Tlatelli, abordó a la pequeña de siete años. “Alexa, al parecer en la escuela donde estuviste pasaron cosas feas, ¿me quieres contar algo?”, preguntó directa. “Sí, mamá”, respondió, “en la escuela se hacía el círculo de los novios. Pero yo nunca me quise besar con nadie”. Emilia no supo cómo lidiar con el golpe y la preocupación salvo uniéndose al grupo de familias afectadas.

Otro día logró armarse del valor suficiente y le preguntó en qué consistía ese círculo. “Me dijo que la directora elegía parejas y las hacía besarse. Luego, cuando estaban en el recreo, la directora los empujaba y tomaba fotos, como pareciendo que se estaban besando. Después entró como en negación. La psicóloga a la que lleva yendo dos meses y medio me dice que cada vez que le pregunta por ese tema, le da una tensión fuerte, muy física», relata Emilia, «y no quiere hablar”.

De este patrón de Alexa, María y otros alumnos puede dar fe Érika Urueta, psicóloga y directora de Atención e Infancia de la Casa Mandarina. Ella trata actualmente a tres de las niñas afectadas, quienes tienen entre siete y 13 años.

“Todas presentan una sintomatología muy parecida de abuso sexual y maltrato físico. Miedos, dificultad para dormir, pesadillas, vergüenza, problemas para relacionarse con otros niños y niñas. Sus cuerpos, cuando tratamos de hablar del tema de Tlatelli, se encorvan y encogen, desvían la mirada, se niegan a hablar… ese es un indicador fuerte. Por lo que ellas vivieron, les resulta muy difícil confiar”, explica.

De las diferentes niñas que han pasado por su consulta, solo una, de cinco añitos, ha llegado a poder exteriorizar sus recuerdos de lo que pasó en Tlatelli. “Le pregunté que me dijera qué fue. Me dijo que le pegaban. Le pregunté que cómo. Entonces me empujó fuerte en el pecho contra la pared y puso su pulgar sobre mi cuello. Luego me dijo que no quería que le pasara a más niños”, dice la psicóloga, mientras golpea su tórax con la mano abierta y presiona, fuerte, el dedo gordo sobre la base de la laringe.

Entre la treintena de testimonios y familias que han hablado sobre Tlatelli y los supuestos abusos que sufrieron sus niños, la inmensa mayoría son de fuera de Tepoztlán. Varios conocedores del esquema social del pueblo hablan de un sentido identitario muy fuerte de la población local, que les lleva a desconfiar de cualquiera que no sea oriundo del pueblo, de los llamados ‘tepoztizos’.

El barrio donde se ubica Tlatelli, Santo Domingo, es conocido por su cohesión y la directora es una figura de autoridad dentro de ese ecosistema.

En este ambiente, fue una muestra de valentía el que se haya atrevido a hablar una mujer que llamaremos Andrea, madre cien por ciento tepozteca, quien ofreció ayuda y se apoyó en el grupo de madres afectadas. Su hija pequeña, Juana, una niña con un retraso de aprendizaje, estuvo en Tlatelli de los cuatro a los seis años.

“Durante los primeros seis meses todo iba muy bien. Ella iba aprendiendo a hablar mejor, pero empezando el segundo año, tuvo una crisis muy fuerte y comenzó el retroceso”, explica Andrea, sentada cerca de una iglesia.

Como las otras niñas, Juana no quería ir a Tlatelli, lloraba todo el camino. Como podía, con su dificultad en el habla, se inventaba excusas para no ir al kínder. “Era miedo real, durante todo el camino hasta la escuela”.

“Yo le preguntaba por qué no quería ir. Y me decía que la directora y la maestra le pegaban. Ante su insistencia fui a preguntarle a la directora. Varias veces. Entonces, la directora miraba a los ojos a mi hija y le decía que no me dijera mentiras. Mi hija se hacía pequeñita, pequeñita y no decía nada”, recuerda la madre. Luego, ante la resistencia para que la niña se quedase en la escuela, decidieron cambiarla.

Después de un tiempo, al escuchar los testimonios de otras madres, Andrea supo que algo había pasado con su hija en Tlatelli. Se acercó un día a ella, quien ya había avanzado en su terapia de aprendizaje y lenguaje, y le preguntó qué había pasado.

—Me regañaba mucho y me pegaba.

—¿Te acuerdas por qué lo hacía?

—Porque no sabía hacer bien las letras. Por favor, mamá, pégale. Como ella me pegaba a mí.

Poco después, viendo el manual de instrucciones de un videojuego de su hermano, Juana, una niña con un problema de aprendizaje, le dijo como muy en secreto, que la directora les enseñaba a cómo tener novios.

*En el reportaje se omiten los nombres de la directora y la maestra acusadas, en respeto a la presunción de inocencia.

**Este es un artículo publicado en colaboración con México.com. Con información de Carlos Carabaña.