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España afronta una crisis de abastecimiento de agua. Su mejor opción pasa por beberse el Mediterráneo

Hoy Melilla amanece sin agua y ya sabemos que mañana ocurrirá lo mismo. La situación es crítica: con el embalse de las Adelfas a un 17% de su capacidad y los pozos de la ciudad completamente exhaustos, las obras de la desalinizadora han obligado al Gobierno melillense a cerrar el grifo a sus más de 80.000 ciudadanos. Puede parecer una noticia muy local, pero no lo es. Si hablamos de agua, Melilla no es solo una ciudad en el norte de África: es el futuro de España.


Un problema nacional. Por sus particulares condiciones geográficas, lo de Melilla es una situación crítica, pero (como digo) no es endémica de la ciudad. Podemos comprobarlo si nos vamos a la segunda desalinizadora del país. La planta de El Prat de Llobregat es capaz de producir 200 millones de litros de agua al día; la suficiente para dar servicio al 60% de la población de Cataluña. Ahí es nada. Cuando se inauguró en 2009 era la planta desalinizadora más grande del continente (algo que ahora ostenta la de Torrevieja, en Alicante) y, durante esta década, ha sido una infraestructura manifiestamente infrautilizada. Hasta ahora.

El Prat lleva seis meses produciendo 140 millones de litros al día. Nunca antes, en todos estos años que lleva en funcionamiento, ha estado tantos meses a un nivel tan alto de producción. El motivo es sencillo: no llueve. No llueve, al menos, desde 2014. Cada año desde entonces ha finalizado con menos lluvias que la media histórica (1971-2000); cada temporada ha sumado su granito de arena para llegar a la actual situación de sequía generalizada: un déficit global, constante y cada vez más extendido. El agua embalsada está en mínimos históricos.

Un lento proceso de desertificación. Gracias a los datos del World Resources Institute, podemos verificar que zonas como Estados Unidos u Oriente Medio tendrán problemas gigantescos a nivel hídrico. Pero, como nos explicaba Robert Glennon, profesor de la Universidad de Arizona,España no se quedará atrás. El WRI nos ayuda a combinar diversas dinámicas y tendencias para ponderar los escenarios más plausibles en 2030 y sus conclusiones son bastante claras: España será uno de los 33 países con más problemas de abastecimiento del mundo para el 2040.

Prepararnos para el futuro Hemos avanzado mucho, no crean. Hoy por hoy, el español medio utiliza unos 132 litros de agua al día, 38 litros menos que hace 20 años. Sin embargo, no es suficiente. Llueve, aproximadamente, un 25% menos que hace 50 años. Tanto es así que España consume en torno al 50 por ciento del agua de la que dispone y esto es una proporción altísima porque hay muy poco margen de gestión. Sacar más agua del ecosistema conlleva casi automáticamente, causarle daños muy severos. Lo hemos visto reiteradamente estos años.

Un modelo agotado Tradicionalmente, la política hídrica de España se articula en torno a los embalses y los trasvases. Tenemos 1300 embalses (30 embalses por cada millón de habitantes) y los movimientos de agua entre cuencas son habituales. Sin embargo, como dicen los datos, los esfuerzos por «capturar, almacenar y trasladar» agua están abocados al fracaso. Según sus cálculos del plan hidrológico nacional, para mediados de siglo, lloverá un 7% menos y eso se traducirá en una aportación de agua de las cuencas internas en un 18%. Si tenemos en cuenta que hoy los pantanos están más de un 30% por debajo de la media histórica por estas fechas, el horizonte resulta bastante aterrador.

La tormenta perfecta. Si queremos tener un futuro, vamos a tener que bebernos el Mediterráneo. Es decir, producir mucha (mucha) agua dulce mediante la desalinización. Y será caro. No solo por las inversiones en plantas desalinizadoras (la Generalitat de Cataluña, por ejemplo, va a invertir más de 2.300 millones en cinco años para duplicar la capacidad de El Prat): el proceso conlleva un consumo energético enorme. Para hacernos una idea, potabilizar un metro cúbico de agua requiere más de 3 kilovatios hora. Vamos directos a enfrentarnos al problema de la escasez del agua en mitad de la mayor transición energética del siglo. Vamos a necesitar algo más que un golpe de suerte.

Imagen | Agueda Bellido