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En defensa del yoga

Sabido es que la política sanitaria española, a diferencia de lo que sucede en otras partes de Europa y del resto del mundo, es sumamente restrictiva en lo que atañe a todo lo que no tenga respaldo oficial y contempla con escepticismo el uso de las terapias alternativas, pero a veces se excede en la demonización de éstas. Cierto es que hay en ellas no poca charlatanería, atizada por la credulidad de sus usuarios, por el culebreo de las «fakes news» y las leyendas urbanas (antes se llamaban bulos… ¡Qué manía tan tonta ésta de inventar barbarismos y perífrasis para aludir a conceptos perfectamente definidos en el diccionario de la RAE!) y el pasajero despotismo de las modas, pero conviene discernir entre la paja y el trigo en vez de meterlo todo en el mismo saco. Lo digo porque hace unos días leí en la prensa que el Gobierno estudia la posibilidad de incluir el yoga y la meditación en la lista negra de las llamadas pseudoterapias o pseudociencias. Creo que en ese catálogo figuran nada menos que 73, aunque no me hagan mucho caso, porque me llevo fatal con los números. Muchas de ellas son engañabobos, timos y espejismos. No seré yo quien las ponga en duda. La frutoterapia, las flores de Bach, los detox, las diferentes hidratoterapias (la de la supuesta magnetización del agua, entre ellas) y el reiki, por poner sólo un puñado de ejemplos, son camelo puro. Me reservo la opinión, que en mi caso es dubitativa, en lo concerniente a otras, también muy populares, como la acupuntura, la homeopatía (que tantos países incluyen en la sanidad pública), la osteopatía y la hipnosis, pero clama, a mi juicio, al cielo y, lo que es peor, al sentido común, que en la lista de las terapias sospechosas de no servir para nada, o incluso de ser dañinas, se incluya el yoga y la meditación. Lo leo y me bizquean los ojos. ¿He leído bien? ¿El yoga, que media humanidad practica con evidentes beneficios para el cuerpo y para el alma? Pero aún más pasmoso resulta lo de la meditación, que es herramienta decisiva para alcanzar el sosiego de ese mono loco que es la mente, recorrer el camino del «nosce te ipsum», deshacer los nudos conflictivos de la personalidad, desenmascarar los embustes fenomenológicos que los sentidos nos proponen, dar respuesta a las preguntas formuladas por la metafísica y sumirse en un estado de embriagadora felicidad. Quien lo probó, como del amor dijese Lope, lo sabe. Y yo también.